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jueves, 10 de julio de 2014

YAYO.

Si empezara a decirte
lo que me gusta de ti
quizás empezaría por
los tatuajes y toda la
tinta que hay por tu piel.
Yonquis de ojos abiertos,
así es como pasamos
todas las noches cuando
no podemos recorrernos.
Un coche a ciento sesenta
cruza sin mirar,
semáforos en rojo y
el alcohol vuelca el vaso.
Tú sigues bebiendo y 
qué catástrofe mirarte.
Heroína de la parte 
de los villanos,
ven a salvarme.

Noches de insomnio
que limitan el infinito
y hacen entrevistas 
al subsconciente,
que firma y se hace 
fotos con sus fans:
la razón y el corazón.

Hola, cielo,
llámame cuando llegues.
Te he estado hablando
para que no fueras 
tormenta.

Tarde.

Ya llueves.

Si empezara a decirte
lo que me gusta de ti
quizás empezaría por
todas esas formas de
estropearme de la
manera más bonita
que he visto.

Hola, cielo.
Eres una pista de
aterrizaje mal señalada.
Un semáforo en ámbar.
Un túnel de luces
en medio de una 
noche oscura.

Un gramo y ya
casi floto y casi
vuelo desde ti.

Si empezara a decirte
lo que me gusta de ti
quizás empezaría por
el simple y único hecho
de que te necesito
como cuando te abrazan.

Llámame yonqui.
Puede ser, no lo niego.
Porque tengo síndrome de abstinencia.
Y estoy deseando morirme de sobredosis.

De ti.


viernes, 4 de julio de 2014

Las chicas tristes no necesitan ecuaciones.

Necesitaba una historia que fuera algo así como una despedida sin aviones, sin relojes que se paran, ni cartas. Una despedida de las de verdad. Con cuchillos volando y provocando cortes, que cicatrizarán y dejarán marca.
Sí, necesitaba una despedida que hablara de gente esquivando los cuchillos de otros y clavándose los propios.
No sé por qué, pero necesitaba algo así. Estaba cansado de chicas tristes y chicos humo. De gente que se reúne en un bar para prostituir versos por un par de copas. De gente bailando música y bailándole al agua. Quería gente que bailara el fuego y no se quemara.
Necesitaba una chica capaz de cualquier sacrificio. Alguien que diera la cabeza por un roce. Imaginaos el destrozo. Una chica que sonriera todo el rato, ¿por qué no? Eso también es triste. Necesitaba una chica tímida y desgarrada, con ojos tan intensos como cuando solucionas una ecuación. Necesitaba una chica incógnita que nadie la lograra despejar. Qué te voy a decir, sería una chica difícil para alguien a quien no le gustaran las matemáticas, porque ella no paraba de restar. De restar personas. Y de hacer problemas con el tiempo y cómo llegar; o si salía ahora de su casa y otra persona desde la otra punta de la ciudad a qué hora exacta coincidirían para mirarse. Los típicos problemas de trenes entre Madrid y Barcelona, pero con un encuentro todavía más catastrófico.
El caso es que necesitaba una chica complicada, que sonriera; y eso fuera triste. Que tuviera ese sexto sentido que le permitiera ver lo que ocurría atrás cuando estaba mirando al frente. Y necesitaba que aunque estuviera bailando con los de delante, no parara de echar de menos lo que veía detrás.
Creo que casi ya tiene nombre propio, porque entre todas las chicas-aeropuerto que he conocido en mi cabeza esta tiene algo que me emociona. La veo. Quiero decir, creo que la miro a los ojos cuando la pienso. Y la veo. Quiero decir, creo que la miro echarse un mechón de pelo hacia atrás mientras sonríe triste. Y la veo. Tan cobarde que tiembla. Y la veo. Que no duda cuando se pone la pistola en la cabeza y la veo apretar el gatillo.

Y la veo.
Ser valiente es cuestión de saber echar de menos.