Seguidores

Vistas de página en total

domingo, 23 de febrero de 2014

Domingo y llueve.

Nos contemplas bajo la lluvia helada
el invierno ha hecho estragos
después de tantos tragos
tú sólo miras a tu alrededor, desesperada.

Miras entre los árboles
y no alcanzas a ver el bosque
que te ha visto crecer,
que ha visto tus hojas caer.
Que ha visto tu primavera pasar.

Y pasas frente espejos,
cantando nuestra canción.
Hoy solo sabes mirar,
asustada por todo lo que nunca dijimos.

Has convertido los colores cálidos
en tu piel,
desbordándote de acuarelas,
que te dejan manchada
y no paran de recordarte
todas las canciones tristes
que te hicieron llorar.

Hoy tú eres el bosque,
que se revuelve en el invierno,
suplicando lluvia que le moje las ramas.
No he visto a nadie amar tanto la lluvia
como a ti.
Suplicando a algún Dios que no existe
que te mire.

Igual que tú te miras al espejo
como si fuera la primera vez
que ves llover,
que ves caer,
el agua sobre tu piel.

Manchándote las cicatrices
de colores,
ocultando las heridas
tras trazos de pintores,
tras compases de canciones
que nunca hablaron
de ti y de mí.

Y tú sabes mejor que nadie
ser domingo.
Ser resaca.
Ser final de semana.
Ser el sabor de boca
de todo lo que soñamos el sábado.

Está lloviendo,
y estoy en el bosque.
¿Dónde estás?
Te estoy sintiendo caer.

Llueves.

lunes, 17 de febrero de 2014

So(ñ/n)ar

Hoy te has despertado,
cuando la luna aún estaba cayendo,
huyendo de la luz,
del sol.
Creyéndote un interludio
entre astros,
como si el firmamento
fuera solo por por un momento
quien te dibuja,
quien te fotografía,
quien te ilumina.
Y no tú a él.
Has cogido tu taza de café
y has hundido tus manos
en su cerámica con dibujos
que no para de quemar.
Y tú soplas.
Y cambias todo de dirección,
intentando congelar su contenido.
Pero lo haces con todo lo demás.
Has podido resistirte 
a mirar por la ventana
y te has vestido como
de verdad querías,
sin importar de qué 
humor se hubiera despertado
hoy el sol.
Así que cuando tu reflejo
te mira, te sonríe, te modela 
en esa devolución de luces,
no le paras de reír todos los gestos.
Hasta cuando te pone
cara de seria.
Así que hoy sales sin planes,
a ver Madrid,
que hoy se retuerce en la cama
como alguien que ayer salió
de fiesta y hoy no puede ni mirar.
Así que sales a despertarla,
y caminas sin mirar al suelo,
como si pasaras por aquella 
calle todos los días,
porque la vida
son dos canciones,
una película,
un amor de verano,
una decepción de otoño
un esperar la primavera,
un desesperar el invierno.
Porque no mirar atrás 
no significa que tu pasado
sea tu futuro,
significa que hiciste lo que 
hiciste por cualquier razón,
que el amor mueve al mundo,
y que el mundo mueve al amor.
Que sonar y soñar 
sólo se diferencian por un símbolo,
y entonces una canción
no tiene que ser tan distinta
a una persona.
¿Ves?
Por eso cuando le has dado
al play, a tu canción favorita,
te has acordado de mí.


¿Te suena?
¿Me sueñas?

martes, 11 de febrero de 2014

Siempre te vas.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.

La estación es casi tan inalcanzable como tu pecho a punto de explotar después de una risa ininterrumpida.

Se acerca mediados de febrero y yo todavía estoy asimilando el cambio de año.
Todos los cambios me desconciertan. Ahora suena otra música y el ritmo de mis pies...Mierda. No paro de pisarte.

A veces cojo trenes que se pasan tu parada y te miro desde la ventana, cómo pasas, como un punto insignificante que no modifica sus coordenadas. Y yo no paro de alejarme siempre en dirección contraria a ti.
No paro de mirar el reloj. Te llego tarde.
Exactamente ya veintisiete minutos. Casi media hora. Y es casi medio día.

 El tren de las doce.
A ver si llego. Cojo el equipaje, nervioso. Corro. Entre escombros, por no perderme entre tanta ruina de lo que fue.
Y me siento. A esperar.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.
Las 11:59.
Falta un minuto para que falten veinte para verte.
Y lo único que quiero es que pasen veintiuno.
Miro a los dos lados, como si el tren pudiera venir en cualquier dirección.
Y luego miro el cielo, como si también pudiera caer desde ahí.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.
Las 12:10.
Parece que se retrasa un poco.
Tú espérame, que te llego.
Te llego tarde, pero voy a visitarte.
Abro una revista y me convenzo de que leo,
quitándole importancia al hecho de que tarde más en verte.
Pero cierro.
Cierro todo y me levanto.

Suena una voz en el megáfono.
Dicen que hoy no hay trenes que lleguen a ti.
Que has llovido.
Y te has inundado.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.
A veces insistimos en coger personas que nunca van a pasar.
Y sólo cogemos lo que se queda. Lo que pasa y no se va.
Y tú siempre lo haces.
Siempre te vas.

domingo, 9 de febrero de 2014

Dejemos de existir, pero sólo por momentos.

Todos ellos piensan que soy diferente.

Pero realmente yo veo normal estar preocupada constantemente de todo, del reflejo del espejo, de los pasillos del colegio, de cómo me mira aquel chico que nunca se ríe.

A veces yo tampoco me río mucho. Intento justificarme en el hecho de que no es una de las etapas más felices de mi vida. 

Me escondo en la música. Creo que hay canciones que se han escrito para mí. Cuentan mi historia, nuestra historia. 
Luego leo a gente que lo único que hace es nombrarte en todos sus versos, creyendo que cuando apareces por el final de la calle en dirección a mí, acabarás abrazándome y no dándome de hostias.
Después veo alguna película que no para de enseñarme cómo te vas.

Entonces yo me encierro en el baño. Alguien me enseñó que las debilidades no se deben mostrar, que nadie debe verte llorar. Que una lágrima es un punto flaco en el que los demás se pueden apoyar para hacerte daño. No sé quién fue el gilipollas que me lo dijo.

Pero me miro al espejo después de correr el pestillo y creo que tiene razón. Se me ve tan frágil que de un soplido alguien me podría romper. Así que cierro la ventana, para no correr riesgos de derrumbamiento. Me siento en la tapa del váter y me escondo en mi pelo, encojo las piernas y me abrazo a mí misma.

Nadie entiende mis leyes de derrumbamiento. Ni yo tampoco.
Porque a veces se quiebra un pilar y otras veces cruje una viga.

El caso es que siempre acaba todo esto en escombros y nadie quiere levantar después ni un ladrillo.

Entonces corro.
Salgo del baño.
Cojo papel y boli.
Y subo a la terraza.
Aquí nadie sabe que existo más que las nubes.
Que se atormentan.
Chocan, como mis pensamientos.
Y se unen en cantidades más grandes.
Amenazantes de llover.
Aquí sólo puedo ser yo.
Y el precipicio que se avecina.
Asomarse a grandes alturas.

<<Lo siento.>> es la única forma de empezar y de terminar una carta de suicidio.

Lo siento por no saber existir de mi mejor forma.
Lo siento por no saber ver nunca lo bueno.
Lo sientes por dejar de lado,
lo que siempre te viene de frente.
Así que me subo al precipicio,
imponente como la tormenta,
amenazando con caer,
como la lluvia.
Y entonces les doy la gran satisfacción
a todos esos que me miraban por encima
de un hombro que no me llegaba
a la altura de mis zapatos.
Y me dejo caer.
Ingrávida casi.
Con tan poco peso
como las gotas de agua.
Y me evaporo.
¿Lo ves?
Qué poco cuesta dejar de existir.
¿Lo ves?
Yo también puedo ser lluvia.

Y cuando llega el momento de la caída, despierto.
Me levanto sobresaltada, y me doy cuenta que no podría haber peor final que no dejar que la vida sea. Sea como sea.
Y entonces cojo mi libro favorito y empiezo a leer.

Y decido que esta es la mejor forma de dejar de existir.