Ahí empieza la tormenta. Cuando todo es, pero no está.
Estremeces cada segundo cuando miras al reloj. Y él se acelera, sin querer. ¿Te imaginas al tiempo acariciándote? Luego tú te vas de él, como quien no es prisionero del tic tac. Como quien escapa corriendo asustado de verse reflejado en el cristal de aquel artilugio que rodea su muñeca.
Tic tac.
Y te abres,
eres como la primavera al invierno. Un destrozo para el frío, un tormento para la tormenta. Un rayo para las nubes. Una flor para un capullo que nunca se convierte en mariposa.
Tic tac.
Y te cierras,
eres una puerta rota llena de astillas. De agujeros, a través de los cuales puedes ver tus sentimientos. Pero el otro lado siempre está vacío.
Eres un lado de la cama, un regalo olvidado en el maletero de un coche abandonado, una puesta de sol teñida de rojo que todo el mundo fotografía. Eres una estela en el cielo hecha con humo de cigarros. Eres nervios justo antes de que empiece la función. Eres el telón que se cierra, la mano que se abre buscando caricias que lean sus líneas. Una mirada perdida que se busca a sí misma.
Tic tac.
El reloj se ha vuelto a parar.
Eso sólo puede decir dos cosas:
que se ha quedado sin pilas
o que tú estás lo suficientemente cerca para pararlo.