Seguidores

Vistas de página en total

domingo, 27 de abril de 2014

Cuando no se escucha el tic-tac, es que tú estás cerca.

La tormenta empieza cuando acaban las sábanas que hablan. Las camas deshechas. Las flores muertas. Las películas a medio ver. Las canciones a medio acabar. Tu barra de labios todavía en mi baño.

Ahí empieza la tormenta. Cuando todo es, pero no está.

Estremeces cada segundo cuando miras al reloj. Y él se acelera, sin querer. ¿Te imaginas al tiempo acariciándote? Luego tú te vas de él, como quien no es prisionero del tic tac. Como quien escapa corriendo asustado de verse reflejado en el cristal de aquel artilugio que rodea su muñeca.

Tic tac.
Y te abres,
eres como la primavera al invierno. Un destrozo para el frío, un tormento para la tormenta. Un rayo para las nubes. Una flor para un capullo que nunca se convierte en mariposa.

Tic tac.
Y te cierras,
eres una puerta rota llena de astillas. De agujeros, a través de los cuales puedes ver tus sentimientos. Pero el otro lado siempre está vacío.

Eres un lado de la cama, un regalo olvidado en el maletero de un coche abandonado, una puesta de sol teñida de rojo que todo el mundo fotografía. Eres una estela en el cielo hecha con humo de cigarros. Eres nervios justo antes de que empiece la función. Eres el telón que se cierra, la mano que se abre buscando caricias que lean sus líneas. Una mirada perdida que se busca a sí misma.

Tic tac.
El reloj se ha vuelto a parar.
Eso sólo puede decir dos cosas:


que se ha quedado sin pilas
o que tú estás lo suficientemente cerca para pararlo.

miércoles, 23 de abril de 2014

Cuenta atrás—Corazón bajo cero.


Os dejo el vídeo de mi anterior texto. Ha sido un ''porque sí''. Espero vernos pronto por estos lares.

Siempre se agradece la difusión por redes sociales.

lunes, 7 de abril de 2014

321

Nadie me ha dicho qué pasaba cuando el paisaje lo tenía dentro de la habitación y no fuera, cuando la taza de café quemaba demasiado, cuando echaba de menos demasiado, cuando me caía demasiado, cuando madrugaba demasiado, dormía demasiado, tenía demasiadas ojeras y no hacía lo suficiente para que volvieras.
Siempre me ha encantado el paisaje tercermundista que provocaba tu camiseta en mi suelo, tus pantalones en mi cabecera y yo muriéndome de hambre de ti. Para qué engañarnos, cuando entras a mi habitación hay material de sobra para hacer un documental sobre el huracán que provoca tu pestañeo, o los atardeceres de tus cruces de piernas, o cuando solo cruzabas de un lado a otro. Y empezabas a eclipsar cualquier foco de luz.
Espera, estoy empezando a hablar de eclipses y no paro de pensar en tus maneras de andar, retorciendo las calles rectas y convertiendo en avenidas callejones sin salida en los que estaba totalmente perdido. Has convertido selvas en desierto y has hecho nevar en pleno agosto, te has mojado con el fuego, y me has quemado con tu frío. Eso es eclipsar: ver llover hacia arriba y que el arcoiris se forme justo detrás de ti.


Deja ya de eclipsar.
Y vuelve a hacer amanecer en mi cuarto.