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viernes, 16 de octubre de 2015

Corremos.

Corremos atravesando vecinas tormentas, ignorando a quien crea relámpagos, a quien sólo cae como la lluvia, a quien sólo se evapora como el agua, y acaba siendo vapor, en forma de sudor en la cara de alguien. Mientras, nuestra juventud envejece, madura, se vuelve azul, se pone el sol, se quita el vestido y se maquilla.
Los fuertes golpes no quieren decir nada, sólo nos miramos al espejo para dedicarnos tiempo muerto. La estética está en nosotros mismos, no en los museos, no en los cines, no en las galerías de arte, no en los objetos que compramos. La estética es un atardecer todavía sin contemplar, virgen de miradas, preparado para sorprender a las cámaras. La playa es la alfombra roja y no estáis invitados.
Nadie me ha enseñado a sonreír, pero sí a hablar, sí a defenderme con palabras, sí a despedirme, a saludar. Tampoco nadie me ha enseñado a separarme de lo que entristece y se marchita con su propio paso del tiempo, pero sé hacerlo.
Corremos, somos jóvenes. Aún nos queda mucha estética que enseñarle al mundo, pero nada más. Podremos contarle cosas, pero nada más. Podremos decir adiós a gente que sólo rellena nuestra finito mundo de infinitas equivocaciones. Y corremos.

Corremos, sí. Y ya, los dos somos jóvenes. Pero yo algún día no lo seré y tú te quedarás en esta playa, ahogándote, pidiendo auxilio, nadando con arrugas en la piel. Y yo, bueno, yo te estaré viendo desde algún otro sitio. No disfrutando tu muerte, pero sí contemplándola con calma y lástima por no haber sabido nunca nadar con la corriente.

Hay un sitio al que no quiero llevarte.

Y es a salvo.