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jueves, 4 de diciembre de 2014

Los sueños mienten.

Quería escribir algo que sonara como un adiós y que no sonara ninguna canción de fondo.
Algo tranquilo, estable, una llamada de socorro de alguien que tiene que decirte adiós pero que no quiere.

La única razón eres tú.
No nos engañemos. Nunca fuiste lo suficiente ni demasiado. Nunca encajaste ni te sobraste. Te encanta jugar y yo he perdido hasta la piel. 
Qué quieres que te diga, creo que nadie va a saber curar esto. Y no lo voy a magnificar ni a darle la grandeza que no tiene porque tú nunca sonreíste al besar, pero sí apretabas la mano al correrte.
Tal vez alguien pueda enamorarse de ideas, de conceptos elementales que haya generado su cabeza por motivos equis en los que tú no entras en la ecuación.

A mí nunca nadie vino a resolverme.

Para qué mentirte, si ya lo haces tú. Podría decirte las razones por las que me resultó interesante estudiar tu boca y podría escribir un libro. Lo juro. Pero parece que la humanidad la conoce mejor que yo y que han escrito una enciclopedia entera.
Querría decirte, también, que nunca jamás escribiría esto desde el rencor, ni desde el mínimo rincón de sentimiento que tenga de ti asomándome a algún recuerdo de cuando me abrazabas en la cama. Lo juro, porque si lo hiciera, estaría escribiéndote un réquiem y no una carta de despedida.

Podría hablar de mis manías convertidas en mirar las tuyas. Y del pelo, que ojalá pare de crecerte. Podría decirte con qué canción dormimos la primera vez juntos y con cual follamos un jueves de vuelta de fiesta. 

Créeme, Madrid ya era bonita sin ti, aunque tú llegaras antes.

Mientras, solo me queda decir que la vorágine siempre llega, siempre pasa, siempre está alerta. Y a lo mejor viene para quedarse la semana que viene.
A lo mejor llega a tus manos en pocos días.

Juanpe.


martes, 4 de noviembre de 2014

Esperpento.

A doscientos metros de profundidad una sirena decide amputarse su mitad pez e intenta hacer vida de humana en las profundidades. Alguien la ha visto desde la orilla y empieza a nadar hacia el horizonte sin encontrar punto de fuga. Sonríe y se ahoga en su propio mar de perfectas incertidumbres que no paraban de crear caos entre tanta arena.

Al otro lado, en la zona más árida de la playa, alguien pica su propio anzuelo y se intenta pescar así mismo recordándose a la piedra con la que siempre caemos. Unos metros más allá, hay un niño creando pequeñas dunas que serían castillos si la arena estuviese en contacto con un poco del elemento líquido que ingerimos los humanos para sobrevivir.

Alguien grita ''te amo'' en otra parte del océano como llamada de socorro y nadie va a buscarle. El socorrista bebe cerveza y lee una revista erótica que enseña pezones y partes íntimas de donde provenimos todos nosotros. Alguien ha puesto música y nadie baila. Hay un matrimonio de edad tardía haciendo lo que muy pocos llamarían amor y hay una abuela tejiendo un jersey de lana a casi cuarenta grados centígrados.

Los animales parecen tranquilos: hay peces que saltan del agua para intentar cazar gaviotas y hay gaviotas que huyen hacia un lugar más alejado de la tristeza de que el agua sea azul porque el cielo es azul y que casi todas las excusas de este lugar sean por la reflexión de la luz. Infantiles, que no sabéis elegir vuestro propio color.

La calma total llega cuando un bañista sale del agua con un enorme animal marino muerto y lo exhibe como premio. Nadie aplaude ni se inmuta. El de más allá sigue intentando hacer paisaje cubista en este deforme lugar. Y se mira en un espejo cóncavo. El callejón del Gato hecho playa. 

Madrid ya no es lo que era. Ya nadie se ríe cuando lo deforman.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Metadisparo del no soneto.

A veces fingimos ser, estar o parecer.

Ser alguien que no somos.
Estar bien.
Parecer normal.

Y nunca funciona.

Recuerdo que al llegar ni me miraste, tú con esa sonrisa que calentaba a medio mundo y que soportaría cualquier derrumbamiento.
Las leyes de la física no paraban de ser desafiadas cada vez que bailabas.
Créeme que si algún tipo de baile debía el nombre a alguien debía ser a ti.
Me he acostumbrado a escribirte sin conectores y no sé por qué.

Habremos perdido la conexión.
Y la cobertura.

Y ahora los dos en modo avión.

A mí se me ha parado el motor
y tú sigues traspasando la barrera del sonido.

Alguien ha disparado,
los dos nos miramos.
Estás sangrando.
Yo lo llevo haciendo mucho tiempo.

Me tranquilizo.

 La poesía sabe llenar el hueco de puta madre.

La poesía sabe cerrar heridas.

Y abrirlas.

Finales


Hay sensaciones que no se pueden medir en un cuerpo y se necesita otro.

Respiras aire entre gente que respira sueños y sueñas viviendo y ya no sabes si vives soñando.

Y todo se resume en unas manos que nunca han conseguido resumirse, en una ecuación que nunca ha conseguido resolverse. En una canción que nunca ha podido acabarse.

En un libro sin escribir.

En una historia entre tú y yo.

Créeme.

Los finales nunca son bonitos.

lunes, 15 de septiembre de 2014

(Re)conocernos.

He dedicado demasiadas noches de insomnio a pensar en los días perdidos.
Un piano cayendo por un balcón es una metáfora de cuando yo corro a buscarte.
Un violín desafinado no para de tocar cuando me fumo el cigarro justo antes de (no) dormir.

Mira, un pájaro sin alas también puede volar, ¿cómo no lo voy a hacer yo?
Cuando destruyo todo lo que me queda soy realmente libre y pienso en tu celda olvidada y oxidada.

Tira las llaves, ya no hay nadie a quien encerrar y que se vuelva loco.

Podría hacer un monólogo entero de cuando te acercabas con una bandeja de plata a darme de comer mi propia cabeza. Te has ganado la propina: mi corazón.

Odiaba cuando veía luz por la pequeña ventana que había en la pared justo al lado del podrido váter.

Luz significa sol. Y sol significa día. Y contar los días significaba que seguía teniendo alguna manera de contar el tiempo.

Y eso fue lo que abrió la puerta de la celda. Contar el tiempo.
Cuando estás encerrado en unas paredes que sólo hablan de toxicidad.
De unas paredes que parecen manos.
De manos que te encierran y de voces que llaman a eso amor.

Cuando vives rápido y estás acostumbrado a correr.
Te meten en una habitación y la puerta la cierras tú mismo.
Como cerrar un puño hasta apretar. Con tanta fuerza que parece que va a romper.
Imbéciles, anegados, torpes, tóxicos mutuamente.
Creemos hasta doler. Y dolemos hasta destruir.

Abro la puerta y salgo de tu cárcel. La luz me ciega.
A veces, es bonita la oscuridad.

Comprendo que alguien está cantándonos un réquiem en algún lugar del mundo en el que nunca hemos estado.

Y cuando digo comprendo, digo que imagino, porque la luz sigue sin dejarme ver.

Imagino las cosas, que no las comprendo.

Después, doy un paso al frente. Alguien me ha empujado.

Reconozco tu olor.
Reconozco tu dolor.


lunes, 18 de agosto de 2014

Esquinas dobladas a la vuelta de la esquina.

He intentado empezar a escribir esto de nueve formas posibles y, esta, creo que es la definitiva porque estoy empezando diciéndote los errores y eso es un acierto que echaré de menos. Hoy he pasado por dieciséis esquinas andando.  Sí, sé que son pocas, pero he cogido el coche para ir a casi todos los sitios en los que he estado. He doblado sólo cuatro. Dos para ir y dos para volver, pero me hubiera gustado doblar las dieciséis porque tenía todo el tiempo la sensación de que en la siguiente calle estarías tú con esa sonrisa devastadora de cien tiempos de sonata de Beethoven irrumpiendo en el Nueva York de los años 20 como si fueras una canción de jazz, o un poeta, o creyeras que las musas tocan a tu puerta. Y tú, triunfante, decides no estar.

En ninguna puta vuelta de ninguna puta esquina.

Putas, ¿en las esquinas? Muchas.

Tú no.

Hoy he leído ochenta páginas del libro Kaddish de Allen Ginsberg. De esas ochenta he doblado tres esquinas. Esas tres páginas me recordaban a ti. Quizás, si no se hubiesen escrito hace casi cien años te diría que él habla de ti. Pero no. Él me habla a mí. Y lo que me dice eres tú.  Creo que hubiese aguantado un terremoto o que una casa se cayese sobre mí el momento en el que he leído eso de que <<la locura es una estafa de mutuo acuerdo>> porque tú nunca me diste ningún contrato, ni me diste la mano para cerrar acuerdos para acabar con la locura, ni para cerrar heridas, ni para borrar historias, ni para cicatrizar. Ni para nada. El caso es que he doblado las esquinas de esas hojas porque me encantaría leértelas un día y decirte que ese verso me recordó a cuando girabas la cabeza para dar caladas o cuando rezabas a los pies de la cama a un Dios que no existe o cuando mirabas Madrid o preguntabas que qué hacía aquí. Estaba mirándote. Y ojalá agotar la vida y los ojos y el mundo y los colores y las palabras y los aviones para mirarte. Ojalá todos los aeropuertos llevaran donde estás. No sé, me da igual. A veces bebo demasiada cerveza y otras veces escribo demasiado sobre ti. Yo no llamaría al alcohol droga, fíjate.
Todo esto te lo digo porque quería hablarte de la ciencia de doblar esquinas. Creo que voy a hacer carrera en ello.

No paro de doblar esquinas y no te veo en ninguna.
No paro de doblar esquinas y te leo en todas.

A veces creo que dejaría de andar, para no verte.
A veces creo que no dejaría de leer, para recordarte.


Y entonces tiraría el libro, con todas las esquinas de las páginas dobladas y me pondría a correr.

Doblaría todas las esquinas que hicieran falta hasta llegar a tu casa.

miércoles, 13 de agosto de 2014

El Credo.

Creo en Dios y en las mentiras.
Creo en la inmortalidad de los mortales.
En las palabras que golpean.
Creo en un mundo lleno de gente buscando a gente.
Creo en el amor de la forma más bruta posible,
de esa forma que alguien es capaz de romperte
sin mover un dedo.
Creo en esa barbarie de que ocurran las cosas
por pura casualidad.
Y qué mala suerte que nosotros nunca fuéramos casuales.
Siempre tan puntuales, tan seguros del casual destino.
Creo en la ciencia de la religión,
creo en verte tomar el café y las cervezas,
y rezarte para que vuelva a ocurrir.
Creo en los hilos cosidos a las manos
y creo en las marionetas que los rompen,
creo en la tristeza del verano
en el calor del invierno
cuando te veo regalar primaveras
y colorear otoños,
haciendo llover hacia arriba,
cosiendo las hojas caídas de los árboles, como un niño pequeño obcecado
en que el juego no termine nunca. 

Creo en la niñez del adulto, 
en que Wendy nunca cerró la ventana
 y en que Peter creció, envejeció y murió en su cornisa. 

Creo en la tristeza extrema de la felicidad 
en el frío absoluto del desierto de los cuerpos, 
en las palmeras desafiando al cielo. 

Creo que Madrid es la chica más guapa que existe, 
dejadla dormir, miradla qué bonita, así, soñando. 
Creo en que no está muerta. 
Creo en la fugacidad de lo inmortal, 
y en la eternidad de lo efímero. 

Creo en las fotografías, 
en el pop, 
en el rock and roll, 
en Pedro Salinas. 
Creo en el cine, 
en la poesía, 
en verte amanecer cuando me miras, 
creo en la música 
y en suicidarse sin dejar de respirar. 

Creo en todo esto. 
Creo. De crear, no de creer. 
De creer, creo en que tú has creado todo esto.

lunes, 11 de agosto de 2014

El viaje de cogerse de las manos y la preciosa forma de pegarse un tiro y llamarlo amor.

Ayer viajé.
No me hizo falta surcar el cielo,
sólo alguien hizo un surco al respirar.
Ayer hice un viaje.
No me hicieron falta raíles de trenes,
sólo una estación para ver a gente pasar y nunca la persona correcta.
Ayer viajé. Sí.
Y no me hizo falta coger coche,
sólo unas manos.
Vaya viaje.
Vaya viaje el de dispararse a la cabeza y no sentir dolor, sólo dejar salir una canción triste.
Vaya viaje el de transportar mercancías peligrosas y llamarlas sentimientos.
Vaya viaje, a todo esto, el de suicidarse y despertarse en Madrid.
Yo siempre fui más de despertarme solo.

El caso es que ayer viajé.
Sentado, con mis manos en las manos de otra persona,
que sostenía todo en ese momento.
Yo mirando y viajando,
así se viaja,
comprendiendo que la mejor forma de huir
la tenemos en la cabeza y no en los pies.
Viajaba constantemente imaginando que soñaba,
ya ingrávidos, por cualquier mundo que no era este,
pero que no hubiese gravedad
se lo debía a la persona que estaba enfrente,
sosteniéndome las manos.

Ayer viajé, imaginando que volaba.
Y qué poco cuesta cuando miras a los ojos.
Ahora creo que seguí un camino al viajar,
no eran curvas de caderas,
ni curvas de sonrisas,
ni arrugas de reír;
eran cicatrices.

Vaya viaje el de seguir cada una de las marcas
y los daños de una persona
y acariciarlos
como si fueran su bien más preciado.

Y lo es.

Porque vaya viaje el de ser cicatriz,
el de ser daño curado pero sensible,
el ser piel nueva sustituyendo a la herida.
Vida a la herida.
Larga vida a esa pistola,
a esa espada clavada,
a esa bomba accionada.

Lo que no nos damos cuenta es que
cuando volvemos del viaje,
cuando las manos se separan,
volvemos a la realidad.
Guerra.
Y entonces las pistolas
se convierten en armas letales
en forma de palabras,
las espadas en esquivos
y la bomba en un "adiós".

A quien le gusta la adrenalina
le gusta volver del viaje de cogerse las manos,
dispararse en la sien y olvidar.
Yo soy más de clavarme la espada,
de detonarme la bomba,
de mirarme al espejo,
ya moribundo,
enclenque
y sonreír.

Cuando estás apunto de morir, en el amor, es que has ganado la batalla.

No mires atrás,
seguro que hay alguien apuntándote
con una pistola a la cabeza,
dispuesto a pegarte el tiro que acabe

matándote.

De amor.

jueves, 10 de julio de 2014

YAYO.

Si empezara a decirte
lo que me gusta de ti
quizás empezaría por
los tatuajes y toda la
tinta que hay por tu piel.
Yonquis de ojos abiertos,
así es como pasamos
todas las noches cuando
no podemos recorrernos.
Un coche a ciento sesenta
cruza sin mirar,
semáforos en rojo y
el alcohol vuelca el vaso.
Tú sigues bebiendo y 
qué catástrofe mirarte.
Heroína de la parte 
de los villanos,
ven a salvarme.

Noches de insomnio
que limitan el infinito
y hacen entrevistas 
al subsconciente,
que firma y se hace 
fotos con sus fans:
la razón y el corazón.

Hola, cielo,
llámame cuando llegues.
Te he estado hablando
para que no fueras 
tormenta.

Tarde.

Ya llueves.

Si empezara a decirte
lo que me gusta de ti
quizás empezaría por
todas esas formas de
estropearme de la
manera más bonita
que he visto.

Hola, cielo.
Eres una pista de
aterrizaje mal señalada.
Un semáforo en ámbar.
Un túnel de luces
en medio de una 
noche oscura.

Un gramo y ya
casi floto y casi
vuelo desde ti.

Si empezara a decirte
lo que me gusta de ti
quizás empezaría por
el simple y único hecho
de que te necesito
como cuando te abrazan.

Llámame yonqui.
Puede ser, no lo niego.
Porque tengo síndrome de abstinencia.
Y estoy deseando morirme de sobredosis.

De ti.


viernes, 4 de julio de 2014

Las chicas tristes no necesitan ecuaciones.

Necesitaba una historia que fuera algo así como una despedida sin aviones, sin relojes que se paran, ni cartas. Una despedida de las de verdad. Con cuchillos volando y provocando cortes, que cicatrizarán y dejarán marca.
Sí, necesitaba una despedida que hablara de gente esquivando los cuchillos de otros y clavándose los propios.
No sé por qué, pero necesitaba algo así. Estaba cansado de chicas tristes y chicos humo. De gente que se reúne en un bar para prostituir versos por un par de copas. De gente bailando música y bailándole al agua. Quería gente que bailara el fuego y no se quemara.
Necesitaba una chica capaz de cualquier sacrificio. Alguien que diera la cabeza por un roce. Imaginaos el destrozo. Una chica que sonriera todo el rato, ¿por qué no? Eso también es triste. Necesitaba una chica tímida y desgarrada, con ojos tan intensos como cuando solucionas una ecuación. Necesitaba una chica incógnita que nadie la lograra despejar. Qué te voy a decir, sería una chica difícil para alguien a quien no le gustaran las matemáticas, porque ella no paraba de restar. De restar personas. Y de hacer problemas con el tiempo y cómo llegar; o si salía ahora de su casa y otra persona desde la otra punta de la ciudad a qué hora exacta coincidirían para mirarse. Los típicos problemas de trenes entre Madrid y Barcelona, pero con un encuentro todavía más catastrófico.
El caso es que necesitaba una chica complicada, que sonriera; y eso fuera triste. Que tuviera ese sexto sentido que le permitiera ver lo que ocurría atrás cuando estaba mirando al frente. Y necesitaba que aunque estuviera bailando con los de delante, no parara de echar de menos lo que veía detrás.
Creo que casi ya tiene nombre propio, porque entre todas las chicas-aeropuerto que he conocido en mi cabeza esta tiene algo que me emociona. La veo. Quiero decir, creo que la miro a los ojos cuando la pienso. Y la veo. Quiero decir, creo que la miro echarse un mechón de pelo hacia atrás mientras sonríe triste. Y la veo. Tan cobarde que tiembla. Y la veo. Que no duda cuando se pone la pistola en la cabeza y la veo apretar el gatillo.

Y la veo.
Ser valiente es cuestión de saber echar de menos.

domingo, 27 de abril de 2014

Cuando no se escucha el tic-tac, es que tú estás cerca.

La tormenta empieza cuando acaban las sábanas que hablan. Las camas deshechas. Las flores muertas. Las películas a medio ver. Las canciones a medio acabar. Tu barra de labios todavía en mi baño.

Ahí empieza la tormenta. Cuando todo es, pero no está.

Estremeces cada segundo cuando miras al reloj. Y él se acelera, sin querer. ¿Te imaginas al tiempo acariciándote? Luego tú te vas de él, como quien no es prisionero del tic tac. Como quien escapa corriendo asustado de verse reflejado en el cristal de aquel artilugio que rodea su muñeca.

Tic tac.
Y te abres,
eres como la primavera al invierno. Un destrozo para el frío, un tormento para la tormenta. Un rayo para las nubes. Una flor para un capullo que nunca se convierte en mariposa.

Tic tac.
Y te cierras,
eres una puerta rota llena de astillas. De agujeros, a través de los cuales puedes ver tus sentimientos. Pero el otro lado siempre está vacío.

Eres un lado de la cama, un regalo olvidado en el maletero de un coche abandonado, una puesta de sol teñida de rojo que todo el mundo fotografía. Eres una estela en el cielo hecha con humo de cigarros. Eres nervios justo antes de que empiece la función. Eres el telón que se cierra, la mano que se abre buscando caricias que lean sus líneas. Una mirada perdida que se busca a sí misma.

Tic tac.
El reloj se ha vuelto a parar.
Eso sólo puede decir dos cosas:


que se ha quedado sin pilas
o que tú estás lo suficientemente cerca para pararlo.

miércoles, 23 de abril de 2014

Cuenta atrás—Corazón bajo cero.


Os dejo el vídeo de mi anterior texto. Ha sido un ''porque sí''. Espero vernos pronto por estos lares.

Siempre se agradece la difusión por redes sociales.

lunes, 7 de abril de 2014

321

Nadie me ha dicho qué pasaba cuando el paisaje lo tenía dentro de la habitación y no fuera, cuando la taza de café quemaba demasiado, cuando echaba de menos demasiado, cuando me caía demasiado, cuando madrugaba demasiado, dormía demasiado, tenía demasiadas ojeras y no hacía lo suficiente para que volvieras.
Siempre me ha encantado el paisaje tercermundista que provocaba tu camiseta en mi suelo, tus pantalones en mi cabecera y yo muriéndome de hambre de ti. Para qué engañarnos, cuando entras a mi habitación hay material de sobra para hacer un documental sobre el huracán que provoca tu pestañeo, o los atardeceres de tus cruces de piernas, o cuando solo cruzabas de un lado a otro. Y empezabas a eclipsar cualquier foco de luz.
Espera, estoy empezando a hablar de eclipses y no paro de pensar en tus maneras de andar, retorciendo las calles rectas y convertiendo en avenidas callejones sin salida en los que estaba totalmente perdido. Has convertido selvas en desierto y has hecho nevar en pleno agosto, te has mojado con el fuego, y me has quemado con tu frío. Eso es eclipsar: ver llover hacia arriba y que el arcoiris se forme justo detrás de ti.


Deja ya de eclipsar.
Y vuelve a hacer amanecer en mi cuarto.

jueves, 20 de marzo de 2014

Magia.

No.
Sinceramente no creo
que haya que hablar de magia
cuando miras.
Ni creo que haya que hablar
de lugares cuando miras
a otro lado.
Te abres en canal cuando
estiras el tiempo hablando
entre consonantes
que suenan a vocales
en tu boca.
Y tu pequeña bailarina
gira en tu caja de música
al revés.
Y no entiendes por qué.
Pero no para de sonar.
Estúpida, arrogante,
no para de marearse
buscando un ángulo
en el que pararse.
Intentando encontrar
dónde mirar,
para quedarse quieta,
inmóvil, perpleja,
contemplando el silencio
que supone pararse
y la expectación que consigue
su estatismo,
que ya ha retorcido su corazón
con todo ese giro,
a punto de explotar
en mil notas de nuevo.
Creo que hay que hablar de magia
cuando la bailarina consigue pararse
por un momento que es eterno
esperando, extasiada,
mirando a nada y a todo,
a que alguien llegue
con la fragilidad de unos dedos
y le haga bailar.

sábado, 15 de marzo de 2014

Recordándote la despedida.

Te has subido al tren.
Y las puertas se han cerrado.

Te escribo esto desde el asiento trasero de un taxi. Nadie me mira, pero yo les miro a todos. La ciudad pasa rápido a través de la ventanilla: gente con prisa, gente parada, gente que ríe, gente que habla, gente callada ante el ruido de las calles anchas que llevan todas al mismo monumento.
Yo sólo te escribo para pedirte perdón. Perdón por no correr un poco antes o un poco más para que no se hubieran cerrado las puertas justo en el momento en el que tú mirabas si mi asiento estaba vacío. Ya sabes, el 7B, coche 8. Espero que algunas revistas buenas hayan llenado bien mi hueco. O tu bolso. O tus putas piernas.
Qué pena haberme quedado aquí. Estoy volviendo a casa. Ya te siento lejos. Es como que tú te vas a un lado y yo justo al contrario a la vez. Y cada vez más lejos.
Y más.
             Y más.
                          Y más.
Me pregunto si acabaremos chocando de frente. Ya sabes, como si fuera necesario recorrer el radio de la Tierra.
El caso es que tú has llegado y habrás mirado mi asiento, luego habrás dado mirado el reloj y ni siquiera le habrás dado importancia al hecho de que estuviera llegando tarde, porque lo hago más que a menudo. Después habrás cogido el móvil y me has mandado el mensaje de ''Tarde como siempre. Tarde, como siempre.'' Y es cierto, siempre tarde. Luego habrá sonado el aviso por megafonía y habrás vuelto a mirar el reloj. Después, habrás echado la vista a través de la ventanilla para otear el andén. Y yo no he aparecido hasta el momento del último aviso.
Soy un protagonista con un papel secundario en esta historia. Y no lo entiendo.
Yo corriendo. Tú dices que no le pongo pasión a lo que hago. Pues bien, creo que en una de esas zancadas hacia ti se me ha caído el alma y la he pisado.
Cuando he llegado, las puertas cerradas, inevitablemente Tú me has mirado de reojo, para ver qué hacía, como un desconocido curioso de historias que no tienen nada que ver con él. Luego has apartado la mirada y te has puesto los cascos. ¿Con qué canción te estarás yendo? No sé cuál es, pero ya la he aborrecido.

Yo he empezado a pegarle golpes al cristal. El tren se ha puesto en marcha. No había un puto vagón que no golpeara con la impotencia en las manos.

Ahora el taxista se para en mi destino. Le pago con propina. Después, salgo del coche y contemplo la naturaleza fatigada por el hombre. Siempre acabo en el mismo puente desde donde se ve toda la ciudad. Sin ti es menos bonita.

No hay puente sin suicida. Y no hay suicida sin puente.

lunes, 10 de marzo de 2014

Condal.

Estabas mirando Barcelona,
como si fuera la primera vez
que notas el aire en tu cara
y descubres cómo la ortogonalidad
puede producir curvas infinitas.
Estabas mirando Barcelona,
y yo tus pies, cómo andaban,
sobre esas formas,
con esas maneras,
con esa forma de perder las maneras.
Tu sonrisa desatando
una lucha de gigantes
entre el gótico y las ramblas,
parpadeando en algún bar
del raval, perdiendo
la vergüenza en cualquier
botellín de cerveza que pagaste
con venir.
Vienes. Y yo me voy.
Qué incongruencia eso de
no poderse quedar donde quieres
estar.
Al menos un poco más.
Y miras. Y fumas.
Y desatas la locura
de no poder besar.
Besar hasta quemar.
Ya sabes.
Tú miras Barcelona,
como si fuera el rincón
más bonito del mundo
y yo te miro a ti,
como si fueras el sitio
en el que me quisiera quedar.

lunes, 3 de marzo de 2014

Obviedades.

Supongamos que las miradas son árboles. 
Pues bien, tú eres viento y los arrancas todos de golpe.

Supongamos que vienes a decirme qué tal.
Y yo no sé contestarte que bien.
Porque la verdad, no estoy bien.
Al menos, no, si no te acercas un poco más.

Supongamos que luego tú sonríes
porque no he sabido contestar 
a tu mierda de pregunta.
Y yo me olvido de pensar.

Mira, no te puedo leer más.
Tienes las páginas dobladas,
las hojas marcadas,
las palabras subrayadas.

Mira, a veces creo que no.
Que no fue bonito.
Ni mientras duró.
Tú siempre tan tormenta
haciendo ese pequeño huracán
con tu pestañeo.
Y yo siempre tan devastado,
tan tercermundista,
que me moría de hambre de ti.

Mira, me quedo desnudo
y me acongojo en tus pasiones.
Pásame esa nota de suicidio,
que la voy a copiar.
La nota es el si bemol.
Y tú la sabes entonar.
Y lo que no sabes es el tono,
pero de mis sábanas.

Y luego miras que 
no haya nadie.
Y besas.
Te crees que Madrid sólo tiene
dos ojos y solo una gran vía.

Supongamos que los labios son árboles.
Pues bien, tú eres viento. Y los has talado.

Cuando te creas que el mundo no gira alrededor de ti y que eres tú quien gira alrededor de él, te darás cuenta de que sí.
Que eres viento.
Y que ojalá yo sea mundo.

domingo, 23 de febrero de 2014

Domingo y llueve.

Nos contemplas bajo la lluvia helada
el invierno ha hecho estragos
después de tantos tragos
tú sólo miras a tu alrededor, desesperada.

Miras entre los árboles
y no alcanzas a ver el bosque
que te ha visto crecer,
que ha visto tus hojas caer.
Que ha visto tu primavera pasar.

Y pasas frente espejos,
cantando nuestra canción.
Hoy solo sabes mirar,
asustada por todo lo que nunca dijimos.

Has convertido los colores cálidos
en tu piel,
desbordándote de acuarelas,
que te dejan manchada
y no paran de recordarte
todas las canciones tristes
que te hicieron llorar.

Hoy tú eres el bosque,
que se revuelve en el invierno,
suplicando lluvia que le moje las ramas.
No he visto a nadie amar tanto la lluvia
como a ti.
Suplicando a algún Dios que no existe
que te mire.

Igual que tú te miras al espejo
como si fuera la primera vez
que ves llover,
que ves caer,
el agua sobre tu piel.

Manchándote las cicatrices
de colores,
ocultando las heridas
tras trazos de pintores,
tras compases de canciones
que nunca hablaron
de ti y de mí.

Y tú sabes mejor que nadie
ser domingo.
Ser resaca.
Ser final de semana.
Ser el sabor de boca
de todo lo que soñamos el sábado.

Está lloviendo,
y estoy en el bosque.
¿Dónde estás?
Te estoy sintiendo caer.

Llueves.

lunes, 17 de febrero de 2014

So(ñ/n)ar

Hoy te has despertado,
cuando la luna aún estaba cayendo,
huyendo de la luz,
del sol.
Creyéndote un interludio
entre astros,
como si el firmamento
fuera solo por por un momento
quien te dibuja,
quien te fotografía,
quien te ilumina.
Y no tú a él.
Has cogido tu taza de café
y has hundido tus manos
en su cerámica con dibujos
que no para de quemar.
Y tú soplas.
Y cambias todo de dirección,
intentando congelar su contenido.
Pero lo haces con todo lo demás.
Has podido resistirte 
a mirar por la ventana
y te has vestido como
de verdad querías,
sin importar de qué 
humor se hubiera despertado
hoy el sol.
Así que cuando tu reflejo
te mira, te sonríe, te modela 
en esa devolución de luces,
no le paras de reír todos los gestos.
Hasta cuando te pone
cara de seria.
Así que hoy sales sin planes,
a ver Madrid,
que hoy se retuerce en la cama
como alguien que ayer salió
de fiesta y hoy no puede ni mirar.
Así que sales a despertarla,
y caminas sin mirar al suelo,
como si pasaras por aquella 
calle todos los días,
porque la vida
son dos canciones,
una película,
un amor de verano,
una decepción de otoño
un esperar la primavera,
un desesperar el invierno.
Porque no mirar atrás 
no significa que tu pasado
sea tu futuro,
significa que hiciste lo que 
hiciste por cualquier razón,
que el amor mueve al mundo,
y que el mundo mueve al amor.
Que sonar y soñar 
sólo se diferencian por un símbolo,
y entonces una canción
no tiene que ser tan distinta
a una persona.
¿Ves?
Por eso cuando le has dado
al play, a tu canción favorita,
te has acordado de mí.


¿Te suena?
¿Me sueñas?

martes, 11 de febrero de 2014

Siempre te vas.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.

La estación es casi tan inalcanzable como tu pecho a punto de explotar después de una risa ininterrumpida.

Se acerca mediados de febrero y yo todavía estoy asimilando el cambio de año.
Todos los cambios me desconciertan. Ahora suena otra música y el ritmo de mis pies...Mierda. No paro de pisarte.

A veces cojo trenes que se pasan tu parada y te miro desde la ventana, cómo pasas, como un punto insignificante que no modifica sus coordenadas. Y yo no paro de alejarme siempre en dirección contraria a ti.
No paro de mirar el reloj. Te llego tarde.
Exactamente ya veintisiete minutos. Casi media hora. Y es casi medio día.

 El tren de las doce.
A ver si llego. Cojo el equipaje, nervioso. Corro. Entre escombros, por no perderme entre tanta ruina de lo que fue.
Y me siento. A esperar.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.
Las 11:59.
Falta un minuto para que falten veinte para verte.
Y lo único que quiero es que pasen veintiuno.
Miro a los dos lados, como si el tren pudiera venir en cualquier dirección.
Y luego miro el cielo, como si también pudiera caer desde ahí.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.
Las 12:10.
Parece que se retrasa un poco.
Tú espérame, que te llego.
Te llego tarde, pero voy a visitarte.
Abro una revista y me convenzo de que leo,
quitándole importancia al hecho de que tarde más en verte.
Pero cierro.
Cierro todo y me levanto.

Suena una voz en el megáfono.
Dicen que hoy no hay trenes que lleguen a ti.
Que has llovido.
Y te has inundado.

A veces insistimos en coger trenes que nunca van a pasar.
A veces insistimos en coger personas que nunca van a pasar.
Y sólo cogemos lo que se queda. Lo que pasa y no se va.
Y tú siempre lo haces.
Siempre te vas.

domingo, 9 de febrero de 2014

Dejemos de existir, pero sólo por momentos.

Todos ellos piensan que soy diferente.

Pero realmente yo veo normal estar preocupada constantemente de todo, del reflejo del espejo, de los pasillos del colegio, de cómo me mira aquel chico que nunca se ríe.

A veces yo tampoco me río mucho. Intento justificarme en el hecho de que no es una de las etapas más felices de mi vida. 

Me escondo en la música. Creo que hay canciones que se han escrito para mí. Cuentan mi historia, nuestra historia. 
Luego leo a gente que lo único que hace es nombrarte en todos sus versos, creyendo que cuando apareces por el final de la calle en dirección a mí, acabarás abrazándome y no dándome de hostias.
Después veo alguna película que no para de enseñarme cómo te vas.

Entonces yo me encierro en el baño. Alguien me enseñó que las debilidades no se deben mostrar, que nadie debe verte llorar. Que una lágrima es un punto flaco en el que los demás se pueden apoyar para hacerte daño. No sé quién fue el gilipollas que me lo dijo.

Pero me miro al espejo después de correr el pestillo y creo que tiene razón. Se me ve tan frágil que de un soplido alguien me podría romper. Así que cierro la ventana, para no correr riesgos de derrumbamiento. Me siento en la tapa del váter y me escondo en mi pelo, encojo las piernas y me abrazo a mí misma.

Nadie entiende mis leyes de derrumbamiento. Ni yo tampoco.
Porque a veces se quiebra un pilar y otras veces cruje una viga.

El caso es que siempre acaba todo esto en escombros y nadie quiere levantar después ni un ladrillo.

Entonces corro.
Salgo del baño.
Cojo papel y boli.
Y subo a la terraza.
Aquí nadie sabe que existo más que las nubes.
Que se atormentan.
Chocan, como mis pensamientos.
Y se unen en cantidades más grandes.
Amenazantes de llover.
Aquí sólo puedo ser yo.
Y el precipicio que se avecina.
Asomarse a grandes alturas.

<<Lo siento.>> es la única forma de empezar y de terminar una carta de suicidio.

Lo siento por no saber existir de mi mejor forma.
Lo siento por no saber ver nunca lo bueno.
Lo sientes por dejar de lado,
lo que siempre te viene de frente.
Así que me subo al precipicio,
imponente como la tormenta,
amenazando con caer,
como la lluvia.
Y entonces les doy la gran satisfacción
a todos esos que me miraban por encima
de un hombro que no me llegaba
a la altura de mis zapatos.
Y me dejo caer.
Ingrávida casi.
Con tan poco peso
como las gotas de agua.
Y me evaporo.
¿Lo ves?
Qué poco cuesta dejar de existir.
¿Lo ves?
Yo también puedo ser lluvia.

Y cuando llega el momento de la caída, despierto.
Me levanto sobresaltada, y me doy cuenta que no podría haber peor final que no dejar que la vida sea. Sea como sea.
Y entonces cojo mi libro favorito y empiezo a leer.

Y decido que esta es la mejor forma de dejar de existir.