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lunes, 11 de agosto de 2014

El viaje de cogerse de las manos y la preciosa forma de pegarse un tiro y llamarlo amor.

Ayer viajé.
No me hizo falta surcar el cielo,
sólo alguien hizo un surco al respirar.
Ayer hice un viaje.
No me hicieron falta raíles de trenes,
sólo una estación para ver a gente pasar y nunca la persona correcta.
Ayer viajé. Sí.
Y no me hizo falta coger coche,
sólo unas manos.
Vaya viaje.
Vaya viaje el de dispararse a la cabeza y no sentir dolor, sólo dejar salir una canción triste.
Vaya viaje el de transportar mercancías peligrosas y llamarlas sentimientos.
Vaya viaje, a todo esto, el de suicidarse y despertarse en Madrid.
Yo siempre fui más de despertarme solo.

El caso es que ayer viajé.
Sentado, con mis manos en las manos de otra persona,
que sostenía todo en ese momento.
Yo mirando y viajando,
así se viaja,
comprendiendo que la mejor forma de huir
la tenemos en la cabeza y no en los pies.
Viajaba constantemente imaginando que soñaba,
ya ingrávidos, por cualquier mundo que no era este,
pero que no hubiese gravedad
se lo debía a la persona que estaba enfrente,
sosteniéndome las manos.

Ayer viajé, imaginando que volaba.
Y qué poco cuesta cuando miras a los ojos.
Ahora creo que seguí un camino al viajar,
no eran curvas de caderas,
ni curvas de sonrisas,
ni arrugas de reír;
eran cicatrices.

Vaya viaje el de seguir cada una de las marcas
y los daños de una persona
y acariciarlos
como si fueran su bien más preciado.

Y lo es.

Porque vaya viaje el de ser cicatriz,
el de ser daño curado pero sensible,
el ser piel nueva sustituyendo a la herida.
Vida a la herida.
Larga vida a esa pistola,
a esa espada clavada,
a esa bomba accionada.

Lo que no nos damos cuenta es que
cuando volvemos del viaje,
cuando las manos se separan,
volvemos a la realidad.
Guerra.
Y entonces las pistolas
se convierten en armas letales
en forma de palabras,
las espadas en esquivos
y la bomba en un "adiós".

A quien le gusta la adrenalina
le gusta volver del viaje de cogerse las manos,
dispararse en la sien y olvidar.
Yo soy más de clavarme la espada,
de detonarme la bomba,
de mirarme al espejo,
ya moribundo,
enclenque
y sonreír.

Cuando estás apunto de morir, en el amor, es que has ganado la batalla.

No mires atrás,
seguro que hay alguien apuntándote
con una pistola a la cabeza,
dispuesto a pegarte el tiro que acabe

matándote.

De amor.

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