Perdona. Perdona por seguirte a todos lados y a la vez a ningún sitio. Perdona por haberte saludado tantas veces creyendo que sabías quién era cuando ni yo mismo lo sabía.
Perdona, has hecho temblar tantas veces mi suelo que se me marcan un poco más todas estas grietas. Perdona por haber sido mi terremoto autodestructivo. Perdona, te noto tan lejos que quiero volverte a tenerte más cerca que nunca.
Perdona, porque aquí dentro siempre llueve. Porque Madrid me pilla muy lejos, perdona. Y vuelve a perdonarme todas las veces que me he quedado callado esperando que pasara algo que fuera como nada.
Perdona, por creer que tus ojos son motivos suficientes, que ver beberte las cervezas ya emborracha de por sí y que Madrid no sabe estar sin ti. Ni yo tampoco.
Perdona, por gastar mis noches sin dormir en ver tus fotos y en imaginarme nuestras fotos, en romperme en más pedazos para gastar cualquier opción para recomponerme.
Perdona, porque el amor es así.
Es tener tres mil razones donde no hay ninguna. El amor es muchas veces destruirse y autodestruirse. El amor es como la guerra, donde siempre arriesgas la vida, esperando que nunca llegue un disparo, justo en el ángulo perfecto, que te reviente por dentro. Y entonces no haya marcha atrás.
Perdona, por ser un paso irreversible como el amor. Perdona por solo ver principios donde solo había precipicios. Perdona por haber escuchado tu voz en todos los formatos.
Perdona por verte y no saber decirte que todo me da igual. Y que estaría dispuesto a todo, absolutamente a todo, por no ver cómo das otro paso más alejándote.