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sábado, 15 de marzo de 2014

Recordándote la despedida.

Te has subido al tren.
Y las puertas se han cerrado.

Te escribo esto desde el asiento trasero de un taxi. Nadie me mira, pero yo les miro a todos. La ciudad pasa rápido a través de la ventanilla: gente con prisa, gente parada, gente que ríe, gente que habla, gente callada ante el ruido de las calles anchas que llevan todas al mismo monumento.
Yo sólo te escribo para pedirte perdón. Perdón por no correr un poco antes o un poco más para que no se hubieran cerrado las puertas justo en el momento en el que tú mirabas si mi asiento estaba vacío. Ya sabes, el 7B, coche 8. Espero que algunas revistas buenas hayan llenado bien mi hueco. O tu bolso. O tus putas piernas.
Qué pena haberme quedado aquí. Estoy volviendo a casa. Ya te siento lejos. Es como que tú te vas a un lado y yo justo al contrario a la vez. Y cada vez más lejos.
Y más.
             Y más.
                          Y más.
Me pregunto si acabaremos chocando de frente. Ya sabes, como si fuera necesario recorrer el radio de la Tierra.
El caso es que tú has llegado y habrás mirado mi asiento, luego habrás dado mirado el reloj y ni siquiera le habrás dado importancia al hecho de que estuviera llegando tarde, porque lo hago más que a menudo. Después habrás cogido el móvil y me has mandado el mensaje de ''Tarde como siempre. Tarde, como siempre.'' Y es cierto, siempre tarde. Luego habrá sonado el aviso por megafonía y habrás vuelto a mirar el reloj. Después, habrás echado la vista a través de la ventanilla para otear el andén. Y yo no he aparecido hasta el momento del último aviso.
Soy un protagonista con un papel secundario en esta historia. Y no lo entiendo.
Yo corriendo. Tú dices que no le pongo pasión a lo que hago. Pues bien, creo que en una de esas zancadas hacia ti se me ha caído el alma y la he pisado.
Cuando he llegado, las puertas cerradas, inevitablemente Tú me has mirado de reojo, para ver qué hacía, como un desconocido curioso de historias que no tienen nada que ver con él. Luego has apartado la mirada y te has puesto los cascos. ¿Con qué canción te estarás yendo? No sé cuál es, pero ya la he aborrecido.

Yo he empezado a pegarle golpes al cristal. El tren se ha puesto en marcha. No había un puto vagón que no golpeara con la impotencia en las manos.

Ahora el taxista se para en mi destino. Le pago con propina. Después, salgo del coche y contemplo la naturaleza fatigada por el hombre. Siempre acabo en el mismo puente desde donde se ve toda la ciudad. Sin ti es menos bonita.

No hay puente sin suicida. Y no hay suicida sin puente.

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