El caso es que llegó el día en el que volvía a estar harto de lo de afuera, de gente que no miraba dentro del cristal. Así que, aún sangrando, volví a coger los restos de ventana y uno a uno los intenté volver a poner. Nunca volvieron a estar como antes. Supongo que como todo.
Y de la ventana no paraban de entrar ráfagas de realidad a través de las imperfecciones. Los cristales nunca olvidan. Imagínate otras cosas.
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